¿Qué habría pasado si en 1977 no
nos hubiésemos mudado de La Boca? ¿Habrían secuestrado a mi mamá?
Por Ernesto Schargrodsky
Ahí nací en 1967, en un tres
ambientes del monoblock 19 donde vivía con mis padres, mi hermana Laura y Elsa,
nuestra empleada doméstica. Nuestro
único lujo era una vista directa a la Bombonera, luego sacrificada cuando
nos mudamos al edificio 18 (un maleficio gallina me condenó décadas después a
que mi oficina tuviera vista directa al Monumental)."
“Iniciaba la década del 60, me encontraba tranquilo desde hacía varios años, siempre con la misma vista, a mi espalda las vías y a lo lejos un lugar lleno de trenes de carga, un poco a la izquierda un gran edificio al que llamaban hospital, un pequeño club de tenis, a mi derecha un paredón donde entraban y salían varios camiones todo el día , un poco más a mi derecha y a lo lejos un edificio gris grandote , enfrente mío podía ver el rio y parte del puerto, a mis pies una laguna que llamaban Los Piojitos, dónde se reunían los linyeras, qué hacían sus casas de cartón y chapa; debo reconocer que no era un paraíso: olía bastante mal (decían), por suerte yo no siento los olores. Bueno todo transcurría tranquilo, pero un día de repente y de la nada aparecieron un montón de máquinas amarillas que hacían un ruido muy desagradable lo primero que hicieron fue volcar tierra sobre mi lagunita la cual en pocos días desapareció; al mismo tiempo cortaban todo el pasto de alrededor y sacaban muchos árboles, ahí me asusté mucho, claro: yo era un arbolito joven junto a unas vías que cuando pasaban los trenes hacían temblar mis pequeñas raíces."
13 NOVIEMBRE 2018
"El mejor lugar de Buenos Aires para ser chico"
Por Eduardo y Diego Méndez Vázquez
Noviembre 2020
"Plaza del 15", fines década 1960. Frente a los edificios 14 y 15 de Catalinas Sur. Sobre Arnaldo D´Espósito. Actualmente "Plazoleta Maestro Quinquela". |
“A fines de los 60 los vecinos llamábamos “plaza del 15” a la actual Plazoleta “Maestro Quinquela” que se encuentra frente a los edificios 15 y 14 de Catalinas Sur.
Este testimonio forma parte de la Colección Barrios y Vecinos de
Asociación Civil Rumbo Sur. Marzo 2014.
Cuando Jorge se casó
vivía en San Telmo, pero tenía a sus amigos en La Boca. “Acá en Catalinas habían
venido a vivir psicólogos, muchos profesionales, entonces te miraban medio de
arriba, por eso no me gustaba mucho. Un día visitando amigos, mi mujer ve un
departamento que se alquilaba y me dice —¿Por qué no nos venimos para acá?
—Veamos por dos años. Yo no creo que me banque mucho este barrio… Y ahora si me
sacan de aquí es con las patas para adelante! Cuando me mudé al barrio y mis
hijas comenzaron a ir a la escuela Della Penna yo me integré a la cooperadora.
Desde ahí ya hace treinta y pico de años que organizamos los campeonatos de
cuarto a séptimo grado. La discusión siempre era si darle premios a los chicos
o comprar cuadernos. Entonces empezamos a hacer choriceadas para recaudar.
Finalmente se nos ocurrió armar un torneo con cuatro equipos de veteranos para que
de ahí saliera la plata. Así empezamos.
Hoy tenemos catorce
equipos y no podemos poner más porque no nos dan los horarios. En el comienzo
eran todos del barrio, hoy vienen de distintos lugares. En el año ‘90 logramos
que le cedieran “la canchita” íntegramente a la escuela. Desde entonces la
prioridad son los chicos y después juega el resto. En principio eran alumnos
del Della Penna pero después también se invitó a la escuela de Inmigrantes. Es
muy sencillo lo que hacemos y todo a pulmón. La canchita
es un lugar de encuentro. Aquellos chicos que yo dirigía, ahora integran los nuevos equipos de veteranos y sus hijos los de la escuela. La Boca me integró a otra gente porque acá hay de todo. La canchita facilita la integración. Acá todo se hace abiertamente. Se escucha, se vota y con transparencia se trabaja para todos.”
Por Elio (Lito) Bernasconi
Año 2013
“El primer terreno que utilizamos en el barrio para jugar al fútbol, en 1964, fue el lugar donde ahora están la iglesia y la escuela Madre de los Emigrantes. Cuando se empezaron a construir el templo y la escuela, los que éramos habitués de ese lugar nos tuvimos que mudar, y lo hicimos hacia el terreno que estaba delimitado por las actuales calles Caboto, Gualeguay, Pedro de Mendoza y el frigorífico La Pampa.
No existía por entonces ninguna de las mencionadas arterias, sólo Pedro de Mendoza, calle empedrada y de poco tránsito. Ese predio era adecuado. Era muy grande, por lo que pudimos hacer dos canchas, una al lado de la otra. La primera la hicimos sobre la actual calle Gualeguay. Sus imaginarios arcos estaban uno contra el edificio 21 y el otro sobre Pedro de Mendoza. La otra, sobre lo que hoy es la plaza Islas Malvinas. Para beneplácito de los que jugábamos allí, recibimos una donación de dos arcos regalados por el vecino Tito Roncallo, del edificio 15 que tenía un taller naval en La Boca. Esos arcos duraron algunos años, pero fueron embestidos en más de una oportunidad por los camiones que usaban ese terreno como playa de estacionamiento a la espera de la carga o descarga en el frigorífico. Se podrán imaginar el estado del piso de esa cancha, en la que las ruedas de los camiones, en días de lluvia, dejaban profundas huellas; y de los arcos, que terminaron todos torcidos a causa de los golpes que les propinaban los vehículos en las maniobras de estacionamiento que se hacían, por lo general, durante la noche, bajo la oscuridad total".
“Hace años, cuando mis hijos eran
niños y jugaban en la Plaza Malvinas, recuerdo a una perra del barrio que
jugaba con ellos.
No era de una raza definida. Era
de color marrón claro y se llamaba Nacha. Todos la conocían y la deben
recordar. Era una perra mansa que se hacía querer. Era amiga de todos y
recorría el barrio luciendo un pañuelito rojo en el cuello.
Hace un tiempo, estaba en la
parada del colectivo en Necochea y 20 de Septiembre y junto a mí esperaba una
señora. Creí reconocerla y le pregunté si ella había sido la dueña de Nacha. Y
sí, me dijo que hacía mucho que su perra querida había fallecido.
Nos pusimos a recordar sus
andanzas y me contó que era tan inteligente que “se paseaba sola”. Si quería bajar, se sentaba junto a la puerta
del departamento. Ella le abría y la dejaba salir. Nacha bajaba volando (creo
que dijo tres pisos) y se sentaba en el hall con el hocico en el vidrio,
mirando a la calle, hasta que algún vecino le abría. Y salía a pasear, a
recorrer la plaza, el barrio y a visitar a todos sus amigos. Cuando se cansaba
volvía a su edificio y sentada en la puerta esperaba para entrar. Como todos la conocían, nunca
faltaba alguien que le abriera. Subía corriendo, daba un golpe en la puerta de
su casa y su dueña la recibía.
La amable señora me contó una
anécdota. Cierto día, estaba sentada con una amiga y de pronto se escuchó un
fuerte golpe en la puerta. La visita se sobresaltó. Le dijo que no se
preocupara, que era Nacha que pedía entrar.
-Pero… ¿cómo es posible? ¿La perra
golpea la puerta?
-Sí, es que todavía no le enseñé a
tocar el timbre…”
Verano 1990. Nacha jugando con niños en el ingreso al edificio 23. Catalinas Sur. |
Texto: Del libro digital "Catalinas Sur Cincuentenario 1963-2013". Liliana Varela - Emma Sala.
Fotografía aporte Juliana Manoukian. Año 1990. Edificio 23. Catalinas Sur. Los niños y la perra Nacha.
Relatos de vecinos de Catalinas Sur, entrevistas realizadas en 2013
Del libro digital "Catalinas
Sur Cincuentenario 1963-2013"
Por Alejandra Merino
“No sé cuánto tiempo hace que
conocen a este barrio pero cuando la gente vino a vivir aquí no todas las
líneas de colectivos llegaban; había un almacén, el de "la tana"
frente a la tintorería, que te rompía la cabeza.
La gente tenía que salir con zapatos en una bolsa porque no existían
los caminos que hoy vemos. Era todo un barrial y los vecinos plantaron los
árboles que nos protegen en el verano y arreglaban los caminos en forma
provisoria. Estas cosas se hacían los fines de semana, con gente que estaba cansada
de trabajar toda la semana. Pero había
conciencia de grupo, de sociedad. Esto es lo que hay que recuperar más allá de
todo. El barrio es producto de la
voluntad de muchos que querían lo mismo; el bienestar común, que los chicos
pudieran andar en bicicleta, que nuestros mayores salieran a caminar, pensaban
en espacios comunes. Ojalá se pueda mantener esa conciencia de comunidad.”
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